Hacia la luz verdadera

Una  miembro de LDM nos comparte en su testimonio  las razones que tiene para abandonar esta Iglesia.

Por: Ana María Reyes

Hola querido hermano
Querida hermana, la paz de nuestro Salvador sea en tu corazón.

Hoy por la mañana asistí por primera vez a una congregación que no es de la Luz del Mundo. Tenía días que quería hacerlo; bueno, más bien creo que tenía años pero por algunas razones que ya otros han publicado no lo había hecho. En fin, estoy convencida de que hoy Dios me dio fuerzas para ir, no puedo entenderlo de otra manera.

Sentada en estos momentos con la ténue luz de una lámpara y escuchando la música de un hermoso himno que dice “tu conoces mis mas ocultos sentimientos, aún aquellos que ni yo mismo tengo conciencia, tan solo abrí mi corazón por un instante, y me hiciste manifiesta tu presencia…” .Siento la necesidad de compartirte mis pensamientos. Esa paz que siento en estos momentos, esta tranquilidad que experimento como si después de viajar en una lancha con el mar picado, llegara por fin a tierra me diera un buen baño y pudiera besar a mis hijos y a mi compañero. Me siento viva y en paz. Sobre todo me siento en paz.

Durante muchos años fui miembro de la Iglesia La Luz del Mundo; pero no quiero abundar en ello, ya otros lo han hecho por mi y no puedo decirlo de mejor forma; pero sí siento que debo decirles lo que estoy viviendo gracias a la misericordia de Jesucristo mi bendito Salvador y agradecer a quienes han escrito sus testimonios sobre las experiencias que han tenido y en las cuales me reflejo. Eso me ha hecho sentir que no estoy sola.

Ya tiene un par de años que abrí los ojos, pero no fue ningún acto violento ni mucho menos; fue la Palabra de Dios.

Por las noches después de acostar a mis hijos me detenía en la sala, me sentaba y tomaba mi Biblia, tapaba mi cabeza y me ponía a leerla. La he leído entera y también por temas y siempre me sorprende, siempre creo que a través del Espíritu Santo alimenta mi alma. Siempre ha tenido un buen consejo para mi y siempre he hallado consuelo en las palabras que tiene para mí Dios cuando lo necesito. Con oración previa siempre el Señor me da respuesta a todo lo me hace falta.

Pero también leía versículos, historias y situaciones que me decían que algo en la iglesia no estaba funcionando. Tenía miedo, miedo de pensar mal de esta iglesia, miedo de atentar contra la Elección “sagrada” y de blasfemar en mi pensamiento por aquel texto (ahora se que mal entendido) de “ni en tu pensamiento digas mal del rey”. El tiempo se encarga de mostrar todas las cosas y no hay nada oculto que no salga a la luz. No solo fue la Biblia quien me ayudó a ver las cosas como realmente son, pero sí fue la causa principal que me movió a buscar a Dios en otro lado, en otra iglesia y en otro lugar.

Una cosa sí entendía cuando me arrodillaba en esas oraciones que hicimos durante el día de la operación del hermano Samuel; me decía: “Ana, no es posible, no puedes seguir engañándote, no estás agradando a Dios, ¿que esperas? ¿Qué haces aquí?“. Pero al mismo tiempo, me venían las dudas ¿Qué será de mis hijos? ¿Cómo decirle a mi esposo que estoy en la búsqueda de un lugar donde solo se adore a Dios? ¿Que va a hacer mi familia? ¿A dónde iré?. Al final de una de las consagraciones de ese día, el hermano encargado pidió que cantáramos el himno 55 Bendito seas varón esforzado ¡de rodillas!. Esa vez me hinqué, pero en mi corazón le suplicaba a Dios me perdonara ese acto que yo sabía no era para él, pero que hacía por el que dirán.

Poco a poco me he ido alejando de la iglesia, y a todos se les hace raro pero no puedo evitarlo. Ya no puedo fingir más que creo en lo que ya no creo. he hablado con mis hijos que ya crecieron gracias a Dios, y poco a poco han entendido las cosas. Gracias sean dadas también a Dios que nunca permití que fueran a los estudios de niños, donde se les inculca todo el tiempo a reconocer y a amar al hermano Samuel y a decirle “papá”. Mi esposo y yo siempre hemos sido en ese aspecto sensatos y moderados así que ellos no acostumbran expresarse de esa forma.

Volviendo al día referido;  entré al lugar de reunión con temor de que alguien de la iglesia me viera y con el temor de que alguien que supiera que asisto a La Luz del Mundo me preguntara qué hacía ahí. Pero había dentro de mi valor, y me daba más valor mi compañera de trabajo, una hermana que también fue de la Iglesia y después de muchas cosas se retiró y ahora asiste a este lugar.

Me costó mucho trabajo entender algunas cosas y aceptar otras, antes que pudiera contagiarme por el amor que sin duda alguna Dios mostrara hoy por la mañana, justo en ese lugar que al principio me pareció desconocido, pero del que al final me despedí comprendiéndolo como un lugar maravilloso.

Estoy tan acostumbrada a la solemnidad en los cultos de la Iglesia, que tanto “ruido” como me pareció en ese momento el sonido de los instrumentos. De repente me sonaba quizá hasta un poco… sacrílego. Me sentía incómoda de ver muchas mujeres vestidas con pantalón y hombres y mujeres sentados juntos por todos lados. También me sentía extrañada entre ellos, y es que se me ha dicho siempre que los “falsos”no son oídos por Dios, que Él no los escucha y que los mira de lejos. me acordaba de un canto de los coros “muchos alaban al Señor sin que les oiga, porque Él tiene su oído en esta Iglesia”. De repente la costumbre de oír tanto esas frases elitistas me hacían sentir que nada tenía que hacer ahí, a pesar de que he leído la Biblia, y de de que entiendo perfectamente que mucho de lo practicado en LDM son meros formalismos y legalismos que nada tienen que ver con los mandamientos bíblicos, como la música en la alabanza o si me arrodillo o no al momento de orar.

Me senté al lado de mi amiga. Cantaban alabanzas y la mayoría de las personas levantaban sus manos. De repente cerraban los ojos y lloraban mientras decían algunas palabras, estaban orando. ¡Que bonito se sentía!. Yo también quise levantar mis manos, pero me daba pena, me moría de pena mas bien; aunque nadie estaba realmente preocupado por ver que hacía yo, cada quien estaba en lo suyo, en su alabanza. Veía para un lado y para otro y por todos lados veía muestras de genuino amor cristiano, de amor de Dios. Unos se arrodillaban y lloraban, otros levantando sus manos platicaban con Cristo, otros más estaban sentados en el momento de lo que creo era una consagración como la entiendo, y otros cantaban llenos de inspiración y santo fervor.

Yo solo era una más ahí. Ni me veían como “alma nueva” ni me veían como extraña, tampoco como a alguien que fuera su conocida. Solo veía rostros necesitados, rostros alegres por la bondad de Dios experimentada en sus interiores, ¿Que cómo lo sabía yo? sencillo, me veía reflejada en ellos, eran un espejo y no podía yo menos que reconocer esos gestos de paz espiritual. Por primera vez me di cuenta que no solo en mi iglesia se manifestaba Dios, pero ¡no creí que a ese grado!. Y me pregunté entonces ¿Cómo pude haber pensado durante años que sólo nosotros teníamos la salvación en nuestras manos?

¿Y esos ancianos humildes a mi lado? ¿ Y esos matrimonios que se unieron en sus manos y las levantaron ahí en ese auditorio o templo, como un solo cuerpo que son ante Dios? Yo no vi a las parejas sentadas acurrucándose ni mimándose ahí como nos han dicho toda la vida que sucede en las iglesias donde no hay “orden de Dios”.

Y las señoras solas que ahí estaban, y los jóvenes que lloraban y comenzaban a hablar lenguas. Cuando el que ministraba dijo:”háblale al Señor, sí, esta mañana dile lo que sientes, si has cometido alguna falta dile que te perdone”, y en medio del canto de los coristas pude oír a muchos hablar en lenguas; ahí también me dije: “si se manifiesta el Espíritu de Dios seguro lo sentiré” y cual fue mi sorpresa. Ahí estaba yo y ahí donde estaba yo ¡comencé a sentir la presencia de Dios!, mis ojos se humedecieron, comencé a sentir hablar con Cristo en lenguas, pero esta vez lo hacíamos de una forma más consciente, sin tanto movimiento y tanto grito o llanto. Pero igual me resistía a sentir; a que con ese sentir yo cayera en la razón de que Dios no hace acepción de personas, porque ¿Cómo puede haber bendición sin taparse la cabeza, o con música, o sin estar separados hombres y mujeres? ¿¡Cómo!?

Volví a abrir los ojos porque la alabanza-casi-oración no terminaba, y volví a ver rostros; caras con lágrimas, súplicas de perdón, rostros de paz y tranquilidad, manos levantadas, cuerpos arrodillados y el Espíritu de Dios ahí paseándose. ¿Quién podría decir que Dios no estaba allí? No podría hacerlo sin blasfemar seguramente. Y me preguntaba a cada instante ¿Cómo pude haber dicho tantas veces que Dios no estaba con gente como ellos?.

Luego que terminó ese momento de alabanza y adoración, nos sentamos en completa paz a oír la predicación . Me era difícil seguir la predicación sin distraerme por las preguntas ¿y que dirá mi esposo cuando sepa la verdadera razón por la que aquí vine? ¿y que será de mis hijos si él no me entiende? ¡mis suegros me matarán (metafóricamente) cuando sepan que ya no quiero ir mas a la iglesia!. Entre mis preguntas y la atención que puse a la doctrina pude darme cuenta de que no hubo frases que discriminaran a ninguna iglesia, no hubo ataques frontales a denominaciones, ni se habló del orgullo de pertenecer a cierta congregación. Solo Palabra de Dios basada en la Biblia. Sin ataques a personas, sin mencionar miembros y sin poner en evidencia a nadie. Pero sobre todo, lo que más me agradó fue que no se le cantó a ningún líder y que ahí solo Jesucristo es el intercesor, el que da la salvación y el único que puede perdonar pecados.

En la oración final me sentí en casa. Sentí como si ese lugar hubiera sido mi hogar de siempre; la iglesia a la que pertenezco. Nos pusimos de pie y el pastor nos invitó a orar. Ya no era yo la misma que entré, ya no era miembro de alguna iglesia con nombre ante gobernación. Solo era una cristiana más del cuerpo de Cristo. Nada me distinguía de todos aquellos que se habían congregado con hambre de Dios y que habían recibido su alimento. Ser una cristiana más no es ser del montón, es sentirse parte del todo, de la esposa y al mismo tiempo saberse de esa forma amado por Dios. No me hacía falta nada más.

Con una suave música las palabras fueron de corazón. Yo comencé a llorar cuando levantaba las manos; era como liberarme de una carga muy pesada, era como hallar de repente respuestas a todas mis preguntas sin que hubiera dicho nadie una sola palabra. Mis lágrimas mojaban mi cara y ya no me importaba. Un matrimonio a un lado se tomaron de las manos y uno de ellos tomó la mía, hubo un instante en que Dios se manifestó de tal forma, que apretamos nuestras manos como diciendo “Dios nos va ayudar, no tengas miedo” y lloré con mas intensidad. Hubiera querido que ese momento fuera eterno. Me sentí con valor y fortaleza, sentí que Dios me estaba dando exactamente lo que necesitaba y que me decía “aquí estoy Ana, no temas, aquí estoy”, no pude más y me arrodillé. Oré con todo mi corazón, derramé mi espíritu como si en cada lágrima dejara salir mis cargas del corazón y hablé con el Señor con tanta alegría como el día primero que pude oír su voz. ¿Y qué si me mi esposo me deja? ¿y qué si mis amigos me dejan? estoy aquí porque te necesito Señor, porque ya no te he visto donde voy, porque cada vez que asisto menos te nombran y más te retiran al olvido Señor. ¡Llévame a donde quiera que vayas, y no importa lo que haya que sufrir porque no entiendo la vida donde no estés!, Señor tu tienes mi vida, lo que soy, lo que siento, Señor soy tan solo nada en tus manos ¿que puedo hacer yo? Señor, ayúdame, solo quiero servirte ahí donde estés tu.

Cuando el pastor nos dijo “Dios los bendiga” voltee, abracé a mi compañera, agradecí al matrimonio que estaba a mi otro lado, aún con un pañuelo desechable limpiándome la cara. No usé chalina para orar, no me senté entre puras mujeres y ellas no iban de vestido largo, o hubo cantos a la Elección, no hubo frases de nacionalismo espiritual pero ahí Dios estaba. Había instrumentos para acompañar los himnos y panderistas que hacían movimientos suaves acordes con la cadencia de las alabanzas y no le importó para el Espíritu Santo; ¡Dios ahí se manifestó!. Salimos entre la Iglesia y yo con mis ojos llorosos, con los ojos de paz que reflejaba de los demás, con la mirada contenta de mi amiga. No me dijo “esta es la verdad, esta es la verdadera”; solo me dijo: “Ana, se valiente; Dios tiene un propósito para ti” y suspiró.

De camino a casa me hice muchas preguntas y pensé muchas cosas. Pero entre todas las preguntas no estaban las mismas preguntas que tuve al entrar al auditorio hoy por la mañana. Mis ojos ya estaban limpios y mi mirada denotaba paz. No tenía que decírmelo nadie porque yo lo sabía. Al llegar a casa comí con mi familia. Mi esposo me preguntó que tal me había ido y le dije que a pesar de que no es de la Luz del Mundo, lo disfruté. Con un poco de tiempo más y dependiendo de lo que Dios me vaya asistiendo le diré mis razones para entender las cosas como las entiendo. Yo creo que él me entenderá, pero al fin, la obra no es mía sino de Dios, así que todo está en sus manos. Antes de hoy tenía miedos, bueno, sería mentirosa si dijera que no los tengo, los sigo teniendo cada vez en menor grado, pero ahora tengo certezas también y más fe y más esperanza. Se que Dios me va a ayudar con él y con mis hijos que es lo que primeramente me importa. ya los parientes vendrán después.

Tengo hambre de oír de Cristo, tengo una imperante necesidad de compartir lo que siento, de ayudar a los que están en una situación como la mía. Quisiera poder gritar a todo el mundo y a la iglesia donde nací lo que siento y entiendo. Pero también creo que debo ser prudente y sabia, por eso le pido a Dios que me de sabiduría; porque para algo me llevó hoy a ese lugar y El en su Soberanía sabe porque y para qué estuve tantos años en La Luz del Mundo.

Pero ahora no busco una Iglesia más verdadera, o verdadera. No busco un apóstol de verdad ni una doctrina que nadie haya contestado o una congregación que no tenga defectos. Solo quería un lugar donde se adorara solo a Cristo y se predicara su palabra tal cual. Sin Elección, sin alabanzas dirigidas a algún líder o guía y donde se orara por todos y para todos y lo hallé. No. Más bien cuando en mi corazón brilló la luz de Su entendimiento y me pregunté ¿a dónde iré? El me halló y me llevó uno de los miles de lugares donde se le adora y se le bendice. No creo que sea el único lugar donde Dios se manifiesta, pero sí comprendo una cosa y me consta como al Apóstol Pedro:
“que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia. Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos”. ¿Que qué pienso de los hermanos de La Luz del Mundo? Pues los amo, ahí está mi familia, viví años entre ellos. Creo que están en un error como lo estaba yo, pero respeto su fe como quiero que respeten la mía. Le pido a Dios que extienda su amor como lo hizo conmigo, y sea que salgan de ahí o permanezcan, está en Sus manos, no en las mías. Yo solo le pido me de fuerzas para compartirles y darles testimonio con mi vida.

Ya es hora de dormir. Mis hijos ya duermen. Bueno, creo. Uno de ellos es trampocillo y no se duerme hasta que no lo vigilo y le cuento algún cuento. Tengo una firme esperanza en el Señor y no temo lo que venga como dice un himno: “muchas cosas no comprendo del mañana con su afán, mas un dulce amigo tengo, que mi mano sostendrá…” . Y antes de dormir y apagar esta tenue luz, leeré uno de mis salmos favoritos, el 63, que habla de esa certeza que ahora tengo:

Mi alma está apegada a Ti
y tu diestra me sostiene.
Salmo 63:8

Dios te bendiga hermano y hermana.

y le daré  gracias a Dios por este día,  y le diré “sé Tu nuestra guía
Y no te olvides de seguir dando luz a los que como yo, en la Luz del Mundo,
te buscábamos”
Amén.

ANA MARÍA