Desesperanza // La epístola de un “apóstol” en angustia

Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza.
1 Tesalonicenses 4:13

Por: Nathán Adoniram

Reproducimos íntegramente la desgarradora carta que Samuel Joaquín envió a sus fieles en días pasados.

 

Aunque el “apóstol” tapatío de La Luz del Mundo (LLDM) Samuel Joaquín se ha constituido sin ninguna duda en un ídolo que usurpa el lugar de Dios en su congregación religiosa; y como tal, visto desde una perspectiva doctrinal cristiana no merece respeto en absoluto, (el ídolo, nada es), por otro lado es un ser humano que como cualquiera sufre el desgaste físico y mental que es parte del proceso de la naturaleza de todo ser viviente.

Sin embargo, habiendo sido parte activa de la grey de LLDM, no escapo de sentir una profunda tristeza por la situación que en estos momentos pasa quien hoy por hoy es el dios de LLDM. Un ser que en la mente y corazón de cientos de miles de fieles ocupa el lugar de Jesucristo y de Dios mismo.

Cuando se leyó la carta aquí en la Hermosa Provincia sede internacional de LLDM, no pasaron siquiera segundos cuando las angustiosas y tristes palabras de Samuel lograron conmover y derrumbar en llanto a miles de personas que se reunieron para oír la desesperada petición del apóstol tapatío.

Yo mismo sentí una enorme tristeza al oír esas palabras y me pregunté: ¿cómo puede ser que alguien que se supone que está tan cerca de Dios se sienta tan solo? ¿cómo es posible que alguien que se asume como el único medio de intercesión para llegar a Dios en la mente de sus fieles, necesite la intercesión de aquellos por quienes intercede?

¿Y que de su poder inmenso? ¿y que del mar, el cielo, el fuego y el sol detenido?

Durante más de 5 días, los miembros de LLDM se volcaron en largos ayunos, intensos cultos al líder donde la intercesión de la iglesia ha sido importante para la salud de su apóstol-dios-redentor-roca. No han faltado los que siguen ofreciendo a sus hijos por la salud del líder. No faltan los que tienen la total convicción de que Samuel sufre las consecuencias del pecado de ellos en la mortal enfermedad que padece. Aún a pesar de que la Escritura misma dice:

“El alma que pecare, ésta morirá” Ezequiel 18:20

Pero, es literalmente imposible razonar con una multitud que ha perdido la conciencia, a través de décadas de inducción a la idolatría a la persona de un mísero ser de carne y hueso. Presos de las huestes inmundas que vagan por los aires, que aprovechan el sentimentalismo de la concupiscencia carnal de ellos para cerrar la vista espiritual de tanto ser hambriento de Cristo que le busca en el lugar inadecuado.

En la locura del dolor, en el pandemónium de la histeria colectiva por la mínima imaginación de lo que sería vivir sin Samuel, su vida, su aliento, su ser, su salvación. Los hermanos de La Luz del Mundo se retuercen en indescriptibles movimientos al intecerder por su apóstol.

Ellos ven la nada después de Samuel. No hay salvación, no hay razón para vivir, ni hay posibilidad alguna de fidelidad a Cristo si acaso su dios de carne y hueso faltara. Han sido enseñados a no esperar más apóstoles.

En la mente de los miembros de LLDM, el inmenso poder y misericordia divina está limitado y supeditado a la vida de Samuel. “No sabemos si habrá otro apóstol” comentan en voz baja. Los llantos y gemidos de las multitudes de miembros de LLDM se oyen a cuadras de distancia de sus templos.

Y recuerdo a los profetas de Baal. Querían ser oídos por su dios, pero él no les escuchaba. Se retorcían, clamaban, ¡gritaban! Inclusive, se sangraban para ser oídos por Baal. Pero su dios era un dios muerto ¿cómo podría oírlos? y Elías les dice con tanta sabiduría:

“Gritad en alta voz, porque dios es; quizá está meditando, o tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme, y hay que despertarle.
Y ellos clamaban a grandes voces, y se sajaban con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta chorrear la sangre sobre ellos.
Pasó el mediodía, y ellos siguieron gritando frenéticamente hasta la hora de ofrecerse el sacrificio, pero no hubo ninguna voz, ni quien respondiese ni escuchase.” 1 Reyes 18

¿Qué es lo que hace que ésta multitud se sientan en tanta necesidad? La respuesta es simple: la misma necesidad tiene el ídolo. Vivir.

¿Realmente necesita Dios tanto alarido, tanto gemido, tanto dolor? ¿Hijos para pasar por el fuego, gritos desgarradores y sangre para prolongar la vida de un ídolo?

La ignorancia bíblica y el nivel espiritual de los miembros de LLDM es más evidente en tanto pasa el tiempo. Y crece mientras se presentan en el ídolo los símbolos, las características de poder y fortaleza “divina” que reconoce el luzmundanismo en un líder ungido.

¡Qué diferencia con Ezequías! quien sólo dirigió su rostro hacia la pared y pidió por un tiempo más de vida, y le fue concedido. ¿Dónde el pueblo ofreciendo sus vidas a cambio de la de el rey israelita?

¿Y qué decir de Moisés? ¡Sí, el mismo Moisés que LLDM considera tan inferior al pontífice tapatío! Insistió pasar el Jordán y Jehová le dijo que no se hablara más del asunto. Y Moisés obedeció. No hubo avivamientos multitudinarios, ni desenfrenados avivamientos pentecostales idolátricos de intercesión por Moisés. Y Moisés no lo hubiera permitido.

De hecho, él no se lamentó con el pueblo. No bajó de hablar con Dios ni se presentó angustiado, ni temeroso, ni con miedo a la muerte, ¡mucho menos aferrado a la vida!.

¡Cuánta diferencia de los hombres y mujeres que viven con Dios de aquellos que solo usan su Nombre! ¡Cuánta vergonzosa ridiculez evidente de la usurpación de la verdadera fe de un verdadero adorador!

El ídolo es uno con el que lo adora, por ello la Biblia dice “como ellos son los que los hacen y cualquiera que confía en ellos”. Salmo 115:8 El ídolo no quiere morir y el pueblo idólatra no quiere que muera. Uno, no puede vivir sin el otro. Ambos están unidos por un vínculo de total dependencia que el cristianismo llama idolatría.

La carta de Samuel no es una carta de un Apóstol de Jesucristo ¡vaya!, ni siquiera es la de un hombre que verdaderamente ame a Dios, que viva con Dios, que ande en Su camino y siga sus pasos. No es la carta de un hombre que tiene esperanza, que sufre con alegría y para quien los designios de un Dios soberano son lo primero.

En las palabras de Samuel Joaquín se nota una angustiosa soledad. Una enorme necesidad, un miedo y un temor propios de quien no tiene a Dios en su noticia. Palabras que dejan ver a una persona que se aferra a la vida.

En ninguno de los renglones o párrafos de la epístola de Samuel encontramos la evidencia la fe propia de un cristiano, mucho menos aún la de aquellos hombres valientes y llenos de fe de los cuales Samuel dice ser.

Un hombre que tiene miedo al dolor, a la enfermedad y a la muerte.

Un Samuel Joaquín en una situación muy similar a la angustia mostrada por el recientemente fallecido presidente de Venezuela Hugo Chávez, quien aferrado al poder terrenal y víctima de cáncer dijo en sus últimas palabras: “Yo no quiero morir, por favor no me dejen morir”.

Un Samuel Joaquín con muy pocos deseos de estar con el Señor al que dice representar. Que reniega de una enfermedad que hace estragos en su cuerpo que tanto ha amado y cuidado. Un Samuel que con todas sus fuerzas pretende huir de la muerte a la que considera una intrusa que lo separaría de la buena vida, los beneficios del poder y los honores a los que está tan acostumbrado. Un Samuel Joaquín completamente alejado del genuino llamado de Cristo a dejar el mundo y todas sus ataduras.

¡Qué abismal diferencia con los Apóstoles verdaderos y los genuinos hombres de Dios!

A años luz de un Apóstol Pablo dependiente por completo de un Dios soberano, el cual aunque le rogó tres veces que lo sanara, no le quitó el aguijón de su carne (2 Cor. 12:7) , y quien en cambio pudo entender:

Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. – 2 Corintios 12:9-10

Un apóstol Pablo que aún en sus momentos de mayor debilidad y prueba, no se escondía de las multitudes para que no vieran su triste aspecto y para quien morir era una ganancia.

Sí, un apóstol que sufría la enfermedad pero que lo hacía con alegría, sabiendo que aún éstas cosas tienen un propósito de Dios en cada uno de los que le siguen y creen en Él.

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. – Romanos 8:28

Una abismal diferencia también con un Apóstol Pedro que gozoso declaraba que pronto partiría con el Señor.

Sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas. – 2 Pedro 1:14-15

Conozco “gentiles” que sin ser “apóstoles” tienen más fe, más esperanza y más paciencia para soportar sus enfermedades. También he conocido “falsos” que con plena convicción en Jesucristo, reciben su enfermedad con tanta paciencia que son un ejemplo a seguir en esa confianza y esperanza que predican y practican.

¡Es más! hay cientos de hermanos de LLDM que enfrentan o han enfrentado las mismas circunstancias, sin hospitales de primer mundo en Houston, sin los miles de dólares que da un negocio familiar, sin los mejores médicos del mundo a su disposición.

Pero, lo más lamentable hermanos míos. Lo más lamentable es haber visto a Samuel el día 17 de marzo de 2013, ya con un poco más de pelo completamente negro (el milagro de la fe ¿o del tinte?). Un Samuel no completamente repuesto, pero que nada tiene que ver con el angustiado de la carta enviada apenas días antes.

Un Samuel en traje, en su vehículo de lujo llegando al templo de LLDM de Houston, caminando por el pasillo central y dirigiendo unas palabras de auto-conmiseración a su auditorio. Un mensaje a la grey sobre el mismo tenor de los últimos meses, lleno de sentimentalismo y mostrando su miserable dependencia de la intercesión de su pueblo.

El pueblo pensando lo peor, sufriendo lo peor, ayunando por el ídolo. Y éste, solo esperando ver cómo el pueblo se derrite, se esmera, se vuelca en cuidados y ayunos, en ofrendas y cooperaciones, en ofrendas paganas haciendo pasar aún a sus propios hijos por el fuego de un culto idolátrico.

Ahí estaba el ídolo. “Heme aquí para los que son mi pueblo”, “para aquellos que dicen ¿dónde está? ¿porqué se esconde?”.

Y sigo recordando a Elías. Ahí estaba, paciente, esperando a que los gritos de los adoradores de Baal cesaran, sabiendo que no lograrían absolutamente nada. Porque esos dioses son dioses muertos. Pero seguramente Elías sonreía, cerraba los ojos, y le agradecía a Dios por la fe viva depositada en su corazón.

“Cuando ellos terminen -habrá pensado- verán Tu Gloria. Y sin leña, sin gritos ¡sin fuego! Tu gloria lo consumirá.”

Pablo pudo decir que morir era una ganancia. Pero eso es algo sólo para quienes el vivir es Cristo. Sin Cristo, morir es una verdadera pérdida. ¿Será acaso que Samuel sabe que en su caso particular el morir no será ninguna ganancia?.

Algún día el ídolo se irá y vendrá otro, y así hasta el día que Cristo regrese por nosotros. Habrá sin duda más cartas de angustia apostólica y un día, la despedida. Pero mientras tanto, los que salimos de ahí y los que aún no han entrado ni entrarán, podemos decir con completa fe y esperanza:
¡Oh Señor sólo a ti se ha de adorar!.